El jueves 19 de noviembre estaba preocupada. Después de 30 años y mil eventos en mis pies, me sigue pasando lo mismo: No me fío, quiero que pase ya el día «D», que la escaleta se cumpla, que las caracolas lleguen a su destino intactas, que todo salga perfecto, que los premiados se encuentren en su sitio, que los ponentes hablen lo justo y que la entrega de premios OCARE resulte memorable.
Me gusta proyectar el resultado, visualizar el éxito, imaginarme la perfección. Y lo hago, la noche antes, el día previo. Y siempre acabo decepcionada con algún detalle que se escapa a mi control. He aprendido a perdonarme y, sobre todo, a no expresar mi decepción continua para evitar el desánimo ajeno. Estoy acostumbrada a mi propia insatisfacción. Forma parte de mi ADN creativo. Pero he comprendido la inconveniencia de esta mirada tan inconformista y la ventaja de la benevolencia para relacionarme en comunidad.
Nos gusta que nos premien, recibir halagos y recompensas. Cada cual padece su nivel de resistencia a la crítica y a la frustración. La mía es enorme. Lo he descubierto repasando mis más de mil eventos en todos los formatos, incluidos los digitales que en tiempos de pandemia se han multiplicado impulsados por Medilauna. Por eso y tantos sentimientos encontrados, tienen aún más mérito los premios OCARE en tiempos de pandemia. No sólo reconocemos a los buenos comunicadores. Premiamos las grandes hazañas humanas.
Estoy contenta con la gala #PremiosOCARE2020 y, sobre todo agradecida a las directoras de este observatorio, Jaqueline Toribio, de Medialuna, y Marta Medina, docente de la Universidad CEU San Pablo. A los presentadores, estudiantes de la Universidad CEU San Pablo , Carlos González y Mercedes Vilaclara. Menos mal que pasó el día. Hasta el próximo año. Aquí la gala memorable con sus grandes aciertos.
Felicidades a los premiados. Sois los grandes comunicadores, responsables y creativos, los que mejoráis el mundo. Gracias.