¿De quién no hablo nunca en casa? ¿Qué secreto esconden mis antepasados? ¿Qué lugar de procedencia ocupo en mi familia? Nací la segunda. Mis padres me explicaron (en tono de humor) su decepción y lo fea que era: ¡Esperaban un chico para compensar a la primera y llegué yo el mismo día de la Merced!
El universo es sabio; quiso compensarles. Después de mí,
llegaron a casa tres hijas más, mis hermanas pequeñas. No hubo rastro de varón
hasta Dani, mi primer hijo, su primer nieto, y el primer sobrino de mis cuatro
hermanas.
Importa cuándo aparezco en el mundo y qué lugar ocupo en mi sistema familiar. Recuerdo
con perfecta nitidez la reacción de Dani (tenía solo cuatro años) cuando llegué
a casa, en diciembre de 1998, con su hermano Pablo recién nacido en mis
brazos:
– “Llévatelo. No lo quiero”.
Vivo en un mundo especializado en excluir. De mis antepasados, he
aprendido a hacerlo en guerras, disputas familiares, conquistas, nacionalismos,
comunidades de vecinos, empleos y cargos. Me ha llevado tiempo, trabajo y
economía, desaprender esta lección tan arraigada en las entrañas de mi
humanidad. He tenido que aprender a no despreciarme ni depreciar, y lo he hecho
de la única manera que sé: viéndome en mi misma, en mi propio espacio, como
madre de mis hijos, como administradora de empresa, como hija, hermana,
compañera y mujer.
Aprendí que mi lugar es único y, como mi vida, está reservado exclusivamente
para mí. Nadie puede ser Mercedes Pescador salvo si renuncio a mí misma y
desaparezco viva o muerta. Si ocupo mi espacio en el universo, todo
fluye.
Para verme así, tuve que distanciarme. Parece una redundancia y, sin embargo,
es mi certeza. Si miro en mi interior, encuentro el lugar oportuno y la vida,
infinitamente sabia, me guía. Si escucho mi corazón, confío; todo fluye.
Aprendo a pintar mi vida
En la marejada familiar, laboral y social, siempre me busco. Empecé a dibujarme
escribiendo a los siete años, o tal vez antes de nacer, de forma inconsciente,
sobre un mural que sigo coloreando con alegrías, tristezas, rabias, sorpresas y
miedos. Hoy soy consciente de este mural lleno de posibilidades; elijo los
pinceles y los tonos rosa y azul. Me gustan los paisajes amables, optimistas,
coloridos como el orgullo de Jesús G. Amago, autor de Sin barreras, sin
armarios (LoQueNoExiste). Estoy aprendiendo de él y de otros artistas
a pintar mi vida de colores. Reconozco su luz porque también veo la mía.
Mi amiga Marta Cao, arquitecta y una de las autoras de Empresarias, una
manera de estar en el mundo (editado por LoQueNoExiste para ASEME)
dice que el espacio determina las relaciones, y que las relaciones siempre son
de poder: quién y cómo ejerce la autoridad.
He conocido a verdaderos especialistas en ocupar espacios ajenos, a personas
que- de manera inconsciente o empujados por el deseo de reconocimiento, bienes
materiales u otras cuestiones externas- viven desubicadas. Yo los llamo “ocupas
emocionales”. Si me dejo, acaban poniéndome las maletas en la puerta y
echándome de casa, no sin antes comerme el bocadillo y romperme mi mural. Estas
personas son maestras imprescindibles. Con ellas he sido consciente de la importancia
de ocupar mi propio territorio, de seguir mis coordenadas.
Admiro cómo algunos animales son más perros, más zorros, más leones y defienden
sus territorios: orinan en su zona de influencia, muerden, ladran y atacan
cuando se ven amenazados. Todos cumplen su cometido. Los ocupas se convierten
en sus retos, sus objetivos, y les muestran el camino del reconocimiento
propio.
Los ocupas son, para mi, impulsores del empoderamiento. Sin ellos, tal vez, no hubiera sido tan consciente; ni hubiese grabado a fuego la clave de mi vida: “Si ocupo mi espacio todo fluye”. He desarrollado habilidades para identificar al humano desubicado, ese que va pisando territorios ajenos, o el que camina como perdido, sin propósito ni alegría. Suele ser impositivo, irascible, dinámico, poco empático y autoritario. Es fácil reconocerlo porque siempre está emborronando el espacio ajeno, sin pintar su mural.
Gracias a todos ellos, hoy cultivo mi campo de amapolas en libertad, sin excluir a nadie y sin sentirme excluida. Desde mi propio espacio, disfruto. Pinto un mural, el mío, lleno de vidas bonitas, de seres irrepetibles como Jesús G. Amago, un autor con espacio propio.
Os espero mañana en Recoletos 1, a las siete de la tarde, para hablar de su libro . En CERMI. ¡Gracias! @MPpescador