“Llego a pensar que sería un buen sistema de vida no tener domicilio, vivir en cualquier lugar del mundo. Tener una casa es como una prolongación del pasado: las emociones de ayer la tapizan. Pero cortando sin cesar detrás de mí, quiero que cada mañana la vida me parezca nueva, y que todas las cosas sean un principio”. Así pensaba, al principio, el escritor y periodista francés, Maurice Barrès. Lejos de considerarlo una referencia moral (fue un antisemita militante y precursor del nacionalismo) rescato solo su pensamiento de juventud, en este largo puente de mayo, en el que toca volver a la rutina del hogar, el trabajo y las tareas de Medialuna.
No sé cómo ha caído en mis manos un impresionante ensayo histórico El sigo de los intelectuales (Michel Winock), justo a mi vuelta de París, que me ha reafirmado en mi idea: como fuera de casa en ninguna parte y no siempre volver es un acierto.
Dudo si estos días de descanso me han relajado el ánimo o al contrario. En París, me han surgido preguntas: ¿cómo sería mi vida si no volviera a Madrid? ¿Qué voy a hacer con el resto de mis años? ¿Cuál es mi próxima parada? Viviré el día a día como siempre, sin demasiadas preguntas, con algunas respuestas. ES más sano.
Cada diez años deberíamos- a modo de prueba vital- cambiar de todo. Lo de todo lo digo sin remilgos: de casa, de madre, de trabajo, de hijos, de pareja e incluso de amigos. Tal vez te preguntes, ¿Tan mal te sientes que deseas largarte del todo o de todos? Te consuelo: No. Me ocurre que ando convencida de que la vida es algo más que los apegos cotidianos; que conviene alejarse para apreciar; perder para poseer; carecer para sentirse después rica; vivir la ausencia para alegrarse de la presencia. A menudo, cuando estoy en el mismo lugar, no me veo ni yo misma. Ni siquiera me pienso.
París está lleno de pasado. También, lleno de miedos, de colas de cinco horas, de militares preparados para asaltar a cualquier terrorista en plena calle. París está lleno de vida, de marketing turístico, de belleza, de euros, de cafés caros, de turistas japoneses y españoles; de enormes monumentos propios de grandes visionarios políticos empoderados. ¿A quién se le ocurrió hacer los campos Elíseos? Impresionante la magnitud y la grandeza de algunos gobernantes. Solo por el tamaño, París merece todos los aplausos.
No me hubiera quedado allí, pero hubiese sido emocionante estirar el puente, hacerlo acueducto, carretera, monumento a la vagancia, al no me da la gana volver; al como en fuera de casa en ninguna parte; al me sobran todos los pasados y solo me importa vivir.