Siento un dolor profundo. Huyo de mis vecinas. No quiero que nadie me pregunte por mi muerto o trate de averiguar cómo estoy. La curiosidad ajena, cuando sufro, es como una estaca en plena nuca. Solo quiero mi silencio; que nadie me recuerde el muerto. En este duelo prefiero evitar el contacto humano; solo me alivia el mar o mirar al cielo, o las flores de mi propia ventana.
Sé que es un proceso pasajero, que mi herida requiere tratamiento; que lo humano es, precisamente, que duela el daño. En este abril, me encuentro entre la rabia y la tristeza.
La rabia me agita recuerdos tremebundos, de soledad compartida, de falta de entendimiento. Quiero alejarme de ella, correr a un cuarto oscuro; poner a raya esta corrosiva amenaza. La rabia del que se siente herido es demasiado dañina; me enferma, me maltrata. Sé que a ti, Cristina Cifuentes, te ha acuchillado la rabia de algún dañado; el odio del algún echado o desplazado.
Un proceso de crecimiento
La tristeza, sin embargo, me dice que todo pasó, que pude vaciar mi mochila de piedras pesadas; que puedo caminar ligera; que salí de aquel agujero; que me quedé con lo puesto; que todo pasó, como un ciclón, un tornado o una angustia travesía. A la tristeza le digo:
«Todo irá bien. Pronto dejaré de sentir esa presión en el centro del estómago; respiraré hondo sin Lexatil; dormiré sin que nadie me robe el sueño».
La tristeza es, precisamente, la compañera que me anuncia que estoy viva; que mi herida, aunque duela, está dejando de sangrar. Pronto, solo veré la cicatriz que me revele alguna lección magistral. Todo lo he creado en el fondo de mi corazón para aprender a vivir.
Si no sintiera esta tristeza, probablemente, estaría preocupada. Si algo me distingue de las plantas es, precisamente, mi tristeza. ¿Acaso no es el sentimiento un don poderoso para amar? Lo ha sido en todos los ámbito de mi vida: La empresa Medialuna, la editorial LoQueNoExiste, y también en mi propia casa.
Es Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos, de amor en cólera; de decepción y, también, sobre todo, ante todo, por encima de toda circunstancia, es tiempo de esperanza. Me siento herida, derrotada, golpeada, incomprendida, pillada infraganti, acusada, y, en el fondo de mi alma aunque aún no logre verlo, agradecida por cada una de las heridas. Todas curan, todas son lecciones aprendidas.
Solo creo en las personas
Aprendo de mi duelo. No quiero recrearme, que nadie me pregunte. Sin embargo, pido respeto, silencio. Cristina, gracias por haber bajado el precio de la tarjeta bono transporte a mis hijos; por hacer que mi familia numerosa viaje en metro más barato. Me has dado muchas alegrías. Confiaba en ti. Pensaba que eras algo divina. Hoy, sé que solo eres humana, que pecas con conciencia o sin ella.
Siento tristeza, rabia y quiero que pase pronto este duelo. Es un proceso de pérdida. Que tire la última piedra el que no sea humano. Yo no lo haré. Solo creo en las personas que son humanas. Creo en ellas más que en las plantas.