No sé por qué te escribo. En verdad, lo hago dispuesta a no ser leída, sin ánimo de cautivar o de aburrirte; enfrascada en esta tarde de invierno;agotada de tanta línea; cansada de los gritos que resuenan desde Líbano con voz de niño. Te escribo mientras espero que los independentistas catalanes acaben sacándose los ojos sin secarse una sola lágrima; entre los textos sobre la Unión Europea que parecen cánticos de amor.
Esta tarde de enero, no me importa casi nada. Solo puedo divagar, tirar de las palabras espontáneamente a ver las que me salen sin esfuerzo. Y me vienen de inmediato las más famosas del cuento de Herman Melvine, Bartleby el escribiente: «Preferiría no hacerlo». Cualquier día lanzo este genial escrito con reflexiones de empresa bajo el sello LoQueNoExiste.
Sé que la historia de mi empresa se repite en todas: Cada balance depende de la capacidad para gestionar o transformar estas tres únicas palabras, «preferiría no hacerlo» y seguir caminando como si nada, con la cabeza erguida y la frente alta.
Este es un invierno diferente, de decisiones maduras: He dejado de pedir con insistencia; no pretendo convencer a nadie, ni perderé neuronas en proponer a otros que hagan lo que no pueden. Ya no pido a nadie que me siga, ni siento atadura alguna. Esta tarde de invierno sé que ya no quiero que se me desgaste el tiempo.
Este 2018 voy a dejar la puerta y el corazón abiertos para que entre y salga el que quiera, sin insistencias ni argumentos. Este invierno acabado en ocho, solo voy a proponer mi primavera a quien la espera.
Este miércoles frío con viento, no sé por qué te escribo, sabiendo que soy yo misma. Será mi manera de darte la bienvenida, 2018, de advertirte que no espero ni busco nada, salvo a mi misma.
El resto de propósitos los dejo para otra tarde.