Sabes que, por mucho que te ofenda, no creo en las casualidades. Tumbada sobre mi cama, giro en posición fetal en busca de descanso y me doy de frente con títulos que me reflejan el alma: Pensar después de Auschwitz me trae a la memoria el silencio de una relación antes y después de rota; Cien años de soledad, que la vida, por mucho que dure, no es interminable y que mejor si la disfruto. Tal vez, el truco para conseguirlo consista en valorar esas nuevas arrugas recién estrenadas.
Sigo leyendo mi estantería: El secreto de la felicidad familiar me recuerda que tengo amigas que, aunque sean testigas de Jehová respetan que yo siga en mis trece de rezar cada noche a la Virgen María para que perdone mi sumisión a tantos amores, hijos, amistades, y conocidos. ¿Qué he hecho yo para merecer leer tantas veces sola El diario de Ana Frank? Las preguntas ya no me sirven. Solo me interesan las respuestas, sin lamentaciones. Me prometo aprender de tantos libros a vivir mejor mi propia vida, a decir “no” antes de que me salgan canas, a gritar “basta” antes de que el abuso sea demasiado sonoro o el silencio demasiado largo. A veces me propongo vivir en otro país de habla inglesa, eso me dice el pequeño diccionario comprado en Dublín hace casi 30 años.
Recoger los hilos de desamor de un ovillo demasiado suelto es casi ya una de mis especialidades. Me sigo consolando: Todos mis errores son tan míos que ni siquiera culpo al asesino de Ana Frank de lo que hizo. Le agradezco el haber hecho posible esta memoria prodigiosa. Todo ocurre por y para algo. Rectifico: todo ocurre por y para alguien. Ese alguien soy yo. Podrías ser tú, pero esta vez me he elegido a mí misma. Soy tan libre como siempre pero más. Aprendo y observo con compasión los mensajes que me envía el universo en estantería silenciosa. Son mensajes poderosos, en forma de títulos de libros caídos ahí al azar. Son mensajes intensos, reveladores. Amargos, a veces, emocionantes siempre. Cuesta vivir la vida con el corazón abierto.
Tantos títulos encontrados construyen el diario de Mercedes Pescador. Así, entre título y título, me narro a mí misma con menos juicio y más pasión: amablemente. Será la edad. Dudo. Algunos no se hacen mayores por muchos años que pasen. No me extraña. Crecer duele. Cuesta curar las heridas que se quedan en el alma. Seguiré leyendo entre líneas, interpretando los datos. ¡Cuánto mensaje encriptado! Gracias, vida. Sigo en pie. No me canso. Cada vez más sabia, cada vez más viva.
Me voy a Telemadrid, después de este breve descanso en mi cama, a regalar a Valentín, el abuelo maravilloso de Madrid, la edición de sus cuentos de niños. Qué entrañable historia. Estamos todos conectados. La vida es un cuento permanente. Me gustan los que no meten miedo. Gracias, Valentín, por ser así.