Estamos en crisis en aquel momento en el que lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer. Así reflexionaba el filósofo marxista italiano Antonio Gramsci, autor de Cuadernos de la Cárcel. Crisis es un periodo de transición hacia lo desconocido. En el ámbito político o colectivo ocurre cuando el sistema antiguo y dominante no acaba de solucionar los problemas de la sociedad, o las fuerzas hegemónicas no responden a las necesidades o inquietudes de la gente: empleo, bienestar, salud, economía. La insatisfacción permanente es o puede acabar siendo un polvorín.
Esta valoración del sabio Gramsci puede aplicarse al momento actual de nuestra política española o a la situación mundial bañada de primaveras árabes, amenazas terroristas y populismos en los que el ser humano se convierte en víctima. El concepto es útil para entender lo que ocurre a menudo en nuestra vida privada: entramos en crisis ante una muerte, una separación, un cambio de trabajo o un despido. Padecemos angustia, tensión, dolor ante las despedidas. La pérdida o la insatisfacción que nos produce “lo viejo” engendran en nosotros rabia sentimiento de desarraigo, agresividad cuando no conseguimos salir del atolladero.
El sentimiento de abandono, la actitud defensiva
Conviene entender estos sentimientos como actitudes defensivas que aparecen frente al sufrimiento que nos genera el no sentirnos cobijados, entendidos, ayudados, protegidos; en definitiva no queridos o depreciados. Ocurre en los individuos y, también, en las sociedades. Y cuando ocurre aparece la peligrosa necesidad, imperiosa y urgente, de buscar otro camino, aunque éste sea incierto, peligroso o nos lleve precipitadamente a un acantilado en forma de abismo rocoso.
En el fondo, casi todas las revoluciones, las personales o las colectivas – en forma de primavera árabe, golpe de estado, independentismo catalán o huelga general de trabajadores- constituyen la respuesta a ese doloroso sentimiento de abandono íntimo y profundo de un individuo o conjunto de individuos. Real o no, justo o no, basado en datos o en emociones contundentes, la ausencia continuada de comprensión o de muestras suficientes de afecto pueden llegar a desatar la ira personal o colectiva.
La necesidad de florecer o separarse
La conciencia de que «lo que tengo no responde a mis necesidades- sea el estado o el marido- no me valora ni me satisface o no muestra la atención necesaria» genera un sentimiento de tristeza persistente, de soledad inmensa. Y fruto de esa negatividad aparece, como el antídoto inherente en toda condición humana, la necesidad de florecer para seguir viviendo, la decisión de separase para vivir o, simplemente, de salir corriendo para “no dejarse matar”. O me independizo o muero en soledad.
La crisis del seacabó
La revolución o el cambio siempre son la respuesta a un dolor profundo; la decisión tomada para salir del atolladero emocional, el “hemos dejado de esperar al estado como al marido infiel”. La crisis es el seacabó, hasta aquí hemos llegado. Entiendo Cataluña, como también entiendo a la señora cabreada que decide firmar los papeles pase lo que pase, aunque los hijos se queden sin alimento. Entiendo ese “lo hago por dignidad, para demostrar que mis ovarios son tan resistentes como los testículos” de ese estado español que, en su opinión, no la considera en su justa medida. Es, la de la señora Cataluña, la respuesta airada ante ese marido que pretende ponerla en su sitio demostrando a la prole (que también es suya) la maldad de una madre que quiere dejarles sin sustento simplemente por capricho o por orgullo. Es el triunfo de la incomunicación más absoluta.
El argumento de fondo en todas las crisis, colectivas o personales, es el mismo: nacen, a menudo, de la insatisfacción permanente, del sentimiento de abandono (real o figurado). Son producto de la rabia contenida. Es la pataleta definitiva a “merezco más afecto, más comunicación”. En realidad, todos deberíamos tener más cuidado con las insatisfacciones que generamos alrededor. Los silencios acaban matándonos.
Todo revuelto
Reales o imaginarias, esas insatisfacciones constituyen el cimiento de una bomba que puede llegar a estallar sin remedio o solución. En el origen encontramos casi todas las respuestas: la del hijo malcriado sin castigo ni límites que acaba comiéndose al padre; la de la madre que no supo ocupar el lugar correspondiente dejando que otros le robaran la silla; la de la Cataluña mimada o consentida, empoderada y altiva, que se siente maltratada por ese marido aprovechado que no le da lo que merece, y acaba poniendo a sus hijos en contra a costa de dejarles sin bocadillo.
En el centro de todas las respuestas, de casi todas las crisis se encuentra el orgullo de querer ser más valorado. El amor es el único antídoto contra la posible revolución que a menudo acarrea esta crisis de sentimientos; la fuente de paz y de convivencia. El amor produce satisfacción. Su ausencia o escasez, tarde o temprano, acaba convirtiéndose en metralleta.
Sin amor, abandonados y furtivos, todos nos perdemos para siempre en el pozo del aislamiento. ¡Qué difícil reto el del amor! Si hay algo cierto en todo esto es la reflexión de Gramsci sobre la crisis: cuando lo viejo no satisface y lo nuevo aún no se vislumbra. Felices vacaciones de Semana Santa. Cuiden a los que tienen al lado. No dejen que la insatisfacción sobrevuele. Me voy ahora mismo de procesión a Santander.