¿Qué decir a un trabajador cuando, sigiloso, con cara de arrepentido, le anuncia a su empleador que se larga a la competencia? Contesto en la última frase del texto. Antes, hago esta reflexión, por si le sirve a cualquiera:
Siempre he practicado el principio de la honestidad en la conformación de mi equipo. El dato cierto: Nunca llamé a escondidas a puerta de competidor alguno (léase agencia de Relaciones Públicas con la que habitualmente comparte mesa en foros como el de ADECEC o lugares de encuentro similares) para proponer trabajo y sueldo a contratado ajeno. Y me alegro. Presumo de originalidad a la hora de hallar lo más preciado en Medialuna: El equipo, mi gente, los fieles con los que comparto vida en trabajo; aquellos a los que presupongo un pacto tácito de confidencialidad.
Cuando un competidor busca en campo ajeno amapolas que deberían haber florecido en su propio jardín, deduzco en él cierta debilidad de fondo, y me congratula mi fortaleza. También, imagino su riesgo de arrancar cardos camuflados de amapolas, flores llamativas de tallo flojo susceptibles a cualquier viento. Por eso, he sido siempre prudente. Me he dedicado a sembrar en jardín propio, que no ajeno.
Consciente de este hecho, habitual en un sector tan competitivo y pequeño como el de las agencias de comunicación, siempre opté por criar en casa a esos profesionales de la comunicación basándome exclusivamente en su potencial creativo y en su supuesta calidad (y calidez) humana. Sin entrometerme en la competencia.
La honestidad compensa
Les doy tres argumentos o razones para actuar así, convencida de que, aunque cueste más trabajo, crecen más y mejores plantas. A la larga, compensa.
El primero: Cuestión de elegancia. Francamente ¿No les parece feo capturar al empleado en casa del amigo? Segundo, cuestión del orgullo profesional: Me gusta lo diferente. Prefiero no copiar. Me invento, me recreo sin complejos. Tenemos nuestro propio know how; es decir, la suma de nuestros talentos y aptitudes profesionales desarrolladas internamente sin mirar al vecino. Siempre he primado más el ser que el tener. Es una personalidad de Medialuna.
La tercera de las cuestiones, del por qué no busco en casa del vecino, es la innovación. Creo en su poder. Forma parte del origen de mi empresa y de una manera especial de reclutar e incorporar a personas, haciéndolas crecer y madurar profesionalmente sin necesidad de capturarlas de la competencia directa.
Me consta que esta actitud honesta me ha permitido mantener con mis trabajadores y ex trabajadores relaciones de amistad con las que he disfrutado de gran respeto mutuo. Y, también, buenas relaciones con la mayoría de mis competidores, a los que quiero y admiro. Cierto que, en dieciséis años de empresa, he tropezado con algún cardo y, cuando esto ha ocurrido, la fortuna me ha compensado llevándoselo con viento fresco a otros jardines, aprovechando el vacío sin necesidad de acudir a la mujer del vecino.
Pues eso: Agradecerle más que nunca el adiós como el regalo más preciado que puede recibir de flor inconsistente. La suerte corre siempre a favor de los que más dan. Y no me canso de hacerlo