Arranqué Medialuna sin clientes. Los que dejaba atrás pertenecían a las personas que se quedaban en Edelman. Me alegro de aquel cero inicial. Rotundo. Contundente como el precipicio de una gran cascada. Aquellos que inician una aventura empresarial intentando llevarse los trastos, las facturas o los recursos de la empresa que abandonan, se llevan también consigo el miedo. Probablemente arrastrarán sin percibirlo las ruedas pesadas del fracaso. Un empresario ha de atreverse a colorear la página en blanco de un presupuesto. ¿Qué significa si no emprender? “La honestidad”, como en cierta ocasión mencionó la estupenda Concha García Campoy, “siempre acaba siendo rentable”. Aquel comienzo de Medialuna me enorgullece hoy.
Imaginaba a los futuros empleados de Medialuna entendiendo su salario y los recursos de su empresa como el fruto de un esfuerzo comunitario. En una empresa casi nada debe ser considerado propiedad unipersonal. Ni siquiera el socio único o el accionista mayoritario tiene el derecho de pensarlo. Para perdurar, conviene que el sentido común predomine sobre el interés estrictamente personal. Solo el artista o el poeta podrían permitirse lo contrario.
Esta es mi reflexión sobre cómo crucé la línea de asalariada a empresaria hace ya catorce años. Hoy lo haría de la misma manera: sin trampas, de frente, sin dañar lo ajeno. Si mis propios recursos intelectuales y personales no resultaban suficientes en aquel inicio de Medialuna ¿quién me ayudaría después?
Confieso que, en Medialuna, tanto mis grandes alegrías como mis sufrimientos han estado siempre relacionadas, por ausencia o por exceso, precisamente, con la autenticidad de las personas ¿Qué es una empresa si no un conjunto de seres humanos en comunidad trabajando para generar riqueza económica? Si la vanidad o la deslealtad reinan entre ellos, la desgracia está garantizada. Al contrario, cuando abunda la confianza, todo crece.
Los valores, la generosidad, la pasión de las personas de Medialuna han sido las grandes claves de todos los balances positivos. Al principio, cuando comencé, no era tan consciente como ahora. Hoy, no tengo duda alguna del nivel de dependencia. Por supuesto, el conocimiento, las habilidades técnicas y la destreza profesional han permitido ofrecer un servicio de calidad a nuestros clientes. Pero sin esa honestidad personal, sin ese factor emocional que me ha unido a los trabajadores de Medialuna durante estos últimos años, me hubiera resultado insoportable el trabajo. A lo largo de este tiempo mi principal estímulo laboral ha sido trabajar entre maravillosas personas. Sencillamente, sentirme bien.
Hasta aquí, el detalle estos primeros catorce años de Medialuna. Solo añado un dato: mi hijo Dani tiene ya 19 años, Pablo ha cumplido 15 y, en medio de esta vorágine laboral nació su hermana Luz, que pronto cumplirá cuatro años. Lo mío es el crecimiento. No hay duda. Veo esta empresa, Medialuna, como una especie de recompensa vital. Me la merezco. Sé que aún nos encontramos los principios empresariales de esta marca, viviendo nuestra propia adolescencia, rozando casi la juventud. Sé que nos queda lo mejor por delante.