Continúo conmigo misma, ya se lo advertí: será un acto de vanidad largo. Fue, aquel verano, con 22 años, mis dos licenciaturas terminadas, y todas las prácticas de periodista a cuestas, cuando me hicieron la primera oferta laboral en aquel mismo periódico. La duración del contrato rezaba “por cinco años”. Era un tipo de contrato de fomento del empleo que estrenaba el Gobierno de Felipe González para combatir la escandalosa cifra de paro que, también en aquellos finales de los años ochenta, golpeaba a España.
Mi respuesta, a aquella primera oferta de trabajo, fue esta:
– Le agradezco mucho la oportunidad, pero no puedo comprometerme a permanecer los cinco años completos que dice el contrato….
Y la carcajada del empresario, Ciriaco Díaz Porras, aún
propietario del medio, me ruborizó. Supongo que no era habitual tanta sinceridad.
Con los años, lo he entendido, aunque sigo siendo bastante transparente en mis
preocupaciones y temo, a menudo, no cumplir las expectativas de los demás.
Aquel empresario, que tan amablemente me ofrecía ganarme un sueldo de
periodista en mi tierra, creía más en mi que yo misma.
Lo cierto es que, en aquellos inicios periodísticos, no imaginaba ni concebía para mi otro mundo más allá del papel y la palabra. Pero el irme, el marchar (de mi tierra, de mi casa, de mi entorno, probablemente de mi misma), era un objetivo tan emocionante como ese. Y de aquel periódico, en 1991, me fui a trabajar al primero que me ofreció la oportunidad de un contrato como redactora fuera de mi ciudad: El Lanza, en Ciudad Real.
El periodismo regional es intenso
Instalada en pleno mes de agosto en el calor de La Mancha, lejos de la bahía santanderina, con la bronca de mi padre en el maletero, todo me pareció tan emocionante como distinto. Pude escribir en aquel veterano diario reportajes variadísimos: sobre las berenjenas de Almagro, pasando por la sequía de Las Tablas de Daimiel a los conflictos institucionales de la zona. El periodismo regional es intenso, extenso, concentrado, vital. Todos acaban conociéndote. Las cosas no han cambiado tanto, aunque la gente acceda a la información de otra manera y desde todos los lugares del planeta, lo cercano sigue siendo interesante.
El día que estalló la Guerra del Golfo, 1992, en plena plaza Mayor de Ciudad, lo recuerdo bien, decidí que aquella etapa machega, al olor de las berenjenas y la cerveza, tenía que terminar. Y así me despedí de aquel lugar con destino a Madrid y con un casi marido a cuestas. En Madrid, mi periodismo, mis historias y mis ganas de contar las cosas dieron un giro hacia la comunicación empresarial y poco a poco fui rompiendo mi compromiso inicial con el periodismo de calle.
De nuevo, en Madrid, con 24 años, me dupliqué haciendo un máster en comunicación empresarial y, por méritos académicos, obtuve una beca que me permitió trabajar, como becaria del antiguo INI, en dos empresas públicas: primero, en la la filial de ENDESA en As Pontes de A Coruña y, poco después, en Gas Natural.
Entonces, en 1992, Gas Natural no tenía este nombre. La empresa se encontraba en pleno proceso de configuración. Gas Madrid y Catalana de Gas se fusionaban. Pude escribir la carta de este anuncio, que iba y venía de un lado a otro de los numerosos despachos de esta empresa con apuntes en bolígrafo azul. No entendía tantas idas y venidas de una puñetera carta tan sencilla.