Muchas empresas han sufrido en los últimos cinco años retrocesos importantes en cuestiones de cantidad. Sobre todo de personas. Siempre he pensado que la cantidad contribuye en buena medida a la calidad: si son muchos, es probable que el porcentaje de los buenos sea mayor. Si son menos, la calidad puede estar en juego.
ERES, reducciones continuas de empleos y recortes salariares, han dejado en estos últimos cuatro años un panorama empresarial empobrecido y arrugado. Son muchos menos los activos. ¿Podrán estas empresas disminuidas volver a crecer con la misma consistencia en los próximos años? La clave estará en las nuevas estructuras organizativas; en la capacidad para innovar creando nuevos enfoques para la gestión del talento; en la necesaria habilidad para adaptarse o repensarse de nuevo como empresas.
Muchas de estas compañías han mantenido, a pesar del
descenso en el número de empleados y de facturación, las mismas estructuras
organizativas de los años de esplendor, con sus departamentos o áreas de
negocio intactos, en un empeño inútil por mantenerse a toda costa a flote,
esperando a que escampe, sin respuestas claras ante una realidad distinta que
nos pone en cuestión y nos obliga a mirar de otra manera.
A
todas estas empresas, que son muchas, les resultará sumamente difícil crecer
cuando la economía empiece a recuperarse si no han planteado cambios radicales
en su organización. Es preciso repensarse, innovar, ponerse en cuestión, volver
al origen, posicionarse en el lugar correcto. La estructura organizativa de
estas empresas dañadas, los roles de sus directivos, el papel de los
supervivientes, las nuevas necesidades, serán fundamentales en esta nueva etapa
que empieza a dar signos de recuperación. Lo mismo no servirá. Porque no somos
ya los mismos.