Diez transparencias o diapositivas, veinte minutos de exposición, y un tamaño de letra- en caso de que las haya- superior a 30 puntos. Es la fórmula del ya clásico Kawasaki, que suele explicarse a menudo en las Escuelas de Negocio y que sin duda nos ha ahorrado muchas horas de aburrimiento en eventos, actos institucionales o discursos de todo tipo. Es una receta estética basada en criterios periodísticos: brevedad, concisión, claridad. Por sí misma no funcionaría sin un contenido atractivo, que resalte con eficacia el mensaje. Hay muchas maneras de decir lo mismo. Los cuentos siempre han funcionado a lo largo de la historia para transmitir incluso las guerras más crueles. El lenguaje corporal influye, lógicamente, y cada cual tiene un estilo propio, no conviene distorsionarlo solo por el hecho de enfrentarse a un público masivo. Ser uno mismo, con naturalidad, nos ayudará siempre.
No existen reglas perfectas, pero sí reflexiones que pueden ayudarnos a perder el miedo, a ofrecer un buen discurso. Conviene considerar la técnica del storytelling para lograr que parte de lo que digamos permanezca en la memoria de la audiencia, como lo logró en su día y para siempre Martin Luther King. Obama es otro maestro de la oratoria, habilidoso con las anécdotas cotidianas. Cuando habla del futuro de los Estados Unidos, pone los pies en la tierra imaginando cómo desea que éste sea para sus propias hijas. Habla como padre de familia, como esposo, como hijo, cuando plantea ideas y políticas. Me pregunto por qué los americanos, cuando dan sus discursos, sonríen más, son más enérgicos, hacen más pausas, por qué por miran más a la cara de los presentes, como lo hacía Steve Jobs, contando aquellas anécdotas de su propia vida…. No se parecen nada, estos americanos, a algunos españoles cuando se suben a un escenario. Aquí, en España, nos falta discurso. Hay que incorporar estas técnicas en la escuela.