No es fácil relacionarse en la empresa. Tampoco en casa. En realidad no es fácil relacionarse en ninguna parte. Pero sí imprescindible y necesario hacerlo para subsistir. Incluso mal, mejor que la nada en materia de relaciones humanas y de comunicación. Una de las novelas que a menudo suelo recordar, Bartleby, el Escribiente, del autor americano Herman Melville (publicada en 1856) me viene de vez en cuando a la memoria. El jefe, un abogado de Nueva York, le dice al empleado Bartlebly: “haga usted esto”. Y el susodicho, despacio, sereno, lentamente, le contesta: “preferiría no hacerlo…”, así en numerosas ocasiones; hasta que ya desesperado el hombre decide expulsarlo de su empresa y éste, de nuevo, con gran serenidad, sin moverse de su silla de trabajo le repite: “Preferiría no hacerlo”.
¿Cuántas veces ocurre esto? A menudo la comunicación es así, en casa, en el trabajo. El no soterrado, oculto, la negatividad abunda más que el sí, especialmente en estos tiempos (¿o tal vez esta actitud ha influido en que los tiempos sean así?). Por algo se han hecho leyes en materia laboral. ¿Cuestión de liderazgo o de afectos? ¿De autoridad o de entendimiento? En cualquier caso, qué difícil es relacionarse. Incluso para los que hemos hecho de esto nuestra profesión, las Relaciones Públicas.