Los orígenes de Medialuna
Durante dos meses completos y un día del mes de mayo de 2000 no paré de buscar- sin hallar- la mal llamada ventanilla única por Madrid; a pesar de que ya entonces algunos políticos presumían de ella. A las ocho de la mañana comenzaba mi peregrinaje por distintos lugares de la Administración pública: el registro de marcas, donde escribí por primera vez, Medialuna Comunicación S.L.U y tuve esa estupenda sensación de propiedad: un nombre era mío por voluntad propia. Los demás impuestos, o pura casualidad, ya que nací el día de la Merced de 1966 y supongo que la elección fue fácil.
Les cuento la odisea de aquella primera primavera: a las 9 de la mañana, después del biberón de Pablo, y de dejar a Dani en el colegio, caminata hasta los distintos ministerios: Hacienda, Tributos, registro mercantil… dos meses y medio hasta conseguir el dichoso NIF: B82632738. Después de once años de repetición, he conseguido memorizarlo sin pretenderlo. Supongo que los números no han sido nunca mi fuerte, aunque algunos den por hecho que el empresario está acostumbrado a contar. Creo lo contrario.
La importancia del espacio en la empresa. Primera oficina
Las tardes de aquella primavera de 2000 las dedicaba a buscar oficina por la zona norte de Madrid. Cuando se mira con pocos duros (lo siento, lo de los duros es algo nostálgico, no he conseguido quitármelos de la cabeza) resulta un quebradero. Es ahí -en esa primera decisión sobre el espacio y la sede social- cuando comienza a aparecer las grandes cuestiones del tamaño y de las expectativas: ¿La alquilo pequeña, para poder pagar sin demasiados apuros, ya que todavía no tengo ningún cliente? ¿Grande porque la confianza en una misma es enorme y presumo que todo irá sobre ruedas?
Clave decisión donde una demuestra que más vale pecar de prudente que ser una fantasma. En un sector como el de las Relaciones Públicas, sin embargo, no tener una sala de juntas en la zona más moderna, para poder presumir y convencer a los clientes y a las grandes marcas de la importancia que uno tiene, puede convertirse en un inconveniente. Las cosas han cambiado con esta crisis…ya no son así. Pero entonces, en aquel principio, me decidí por un apartamento con baño, habitación -que no despacho- y salón. No teníamos nada y lo teníamos todo, lo recuerdo bien. Nos divertíamos, confiábamos en nosotros: María José, Joseba, Marga, Ainoa, Astrid… gracias por aquellas maravillosas ensaladas sin tickets restaurantes. Feliz del todo, a pesar de las dificultades y los sinsabores. Mentí mucho, lo confieso ahora: nunca dije dónde estaba, nunca invité a los clientes a visitarme, nunca dejé que nos retrataran del todo en aquellos primeros pasos. Siempre pensé que aquel espacio era temporal y me alegro ahora de haberlo hecho. Uno necesita confianza y fortaleza para crecer.
¿Te imaginas vestido de bebé en una reunión con directivos exitosos que manejan grandes presupuestos de Marketing? Hubo que vestirse de mayor desde el principio y, así, fuimos madurando y transformándonos. He pensado a menudo en la escena de Lo que el Viento se Llevó, cuando la protagonista arranca las cortinas para hacerse un vestido señorial y pedir un préstamo. Solo te dan cuando te ven rico, o al menos lo pareces. Las etiquetas del principio siempre cuesta quitarlas, por eso es mejor proyectar ese futuro y actuar como si estuvieras dentro de él; aunque sufras por la noche en solitario rezando para poder pagar un alquiler.
La primera oficinal de Medialuna tenía poco más 50 metros cuadrados, en la calle Sor Ángela de la Cruz. Un pisito elegante, con una vecina que seguro facturaba más que yo en aquella etapa atendiendo a clientes por la noche. Allí duramos poco más de un año, lo suficiente para construir el primer engranaje empresarial. Digo duramos porque el primer contrato no lo firmé con un cliente, sino con una trabajadora. Qué inconsciente, pienso ahora. Porque lo de pagar una nómina sin facturar es cosa seria. Aquella subvención de la Comunidad de Madrid fue un pequeño empujoncito, aunque nunca recomendaría iniciar una empresa pensando en la ayuda pública; si llega, pues lo celebras; pero suele ser tarde y para cobrarlo el banco suele pedirte garantías; lo recuerdo ahora.