Lo sé. No debería. Y mucho menos escribirlo aquí, en un espacio tan público ¿Qué estoy haciendo en este fin de año tan tremendo?
Como las primeras frases de un libro y las últimas de un adiós amargo, este estado de gracia primaveral en el que me siento más viva que las amapolas de todas las primaveras juntas, puede incomodar a los sensatos, esos que guardan para sí los secretos, los que nunca desvelan su alma por miedo a ser descubiertos.
Esta que te hago- me siento enamorada- es un tipo de confesión arriesgada, de las que se resuenan imperdonables a los ajenos.
Será porque, ese estado de gracia, es una ilusión poco frecuente, un chispazo inexplicable que se produce en contadas ocasiones y en personas muy contadas. Me siento afortunada. En mitad de una pandemia que amenaza economías, estados y personas, mi enamoramiento me deja en una especie de enajenación mental en la que estalla un amor incondicional, curativo, sanador.
Conocer el nombre de la rosa.
Atardeceres y amaneceres tranquilos. La misma playa de siempre, mis pies igual de desnudos pisándola. Sumergirme en el mar cantábrico y no sentir frío. Vencer el miedo, como quien cruza un campo de amapolas, sin demasiado esfuerzo, estar contigo.
Pediría todas las palabras de amor en una sola mano.
¿Alguna palabra más para describir tu estado?
Agradecida por este regalo, Vida. Aquí te dejo la imagen del último amanecer en tu playa. La de siempre, la que será en 2022, la que tiene nombre de futuro y sabe a chocolate con churros.
Mercedes Pescador