A lo largo de mi vida he tenido la oportunidad de haber ido criando a una familia bastante singular: Son tres hermanos geniales, se llevan de maravilla y, en contra de lo habitual, no compiten, son aliados incondicionales.
La niña, Medialuna, ejerce de hermana mayor. Nacida en 2000, se pasa el día de evento en evento. La llaman de todos los saraos porque siempre garantiza que la fiesta empezará bien, ¡y terminará mejor! Sin duda, es una de esas mujeres que sobreviven a los dramas. En plena pandemia pandemia del COVID19, ha convertido sus fiestas caseras con música y canapés, en eventos digitales dignos de admiración y respeto. Los organiza para el Parlamento Europeo, la Fundación Diversidad, o empresas privadas como ROVI, Alares. Me siento orgullosa de ella. Siempre tiene ganas de aprender y se adapta a los tiempos. La he visto crecerse en las dificultades y tirarse siempre a las piscinas olímpicas sin flotador. Me alegra siempre la vida.
El varón es otro cantar. Y canta bien, a veces hasta poesía. LoQueNoExiste es uno de esos seres sensibles y enamoradizos que lo dan todo por una rosa. Y así es la rosa. No para de escribir y repensarse con obras y autores. Mi casa siempre está llena de libros. Y de cámaras, micrófonos, entrevistas y autores que salen en la tele. Es un hombre culto, un poco serio, llevo de vida interior. Las fiestas, la verdad, le gustan poco, pero su alma es alegre como una lo de primavera. Tal vez por eso siempre sonríe.
El benjamín siempre es el más mimado y el menos trabajador de todo. Se llama OCARE y, aunque se le vea poco en faena, es muy responsable. Nació en el año 2014 y le gusta el talento creativo. En realidad, es un idealista, un ser al que le gusta apreciar las acciones de aquellos que le rodean.
Me gustan mis tres hijos. ¡Qué puedo deciros yo que soy su madre! Que hacemos un buen tándem, que de momento son dependientes, pero que están creciendo sanos, que por encima de lo que hacen o dicen lo que más aprecio de ellos es su valentía, su capacidad para subir la cuerda, atreverse a escalar la última montaña o darlo todo a cambio de una rosa.