Hace tiempo que hablo solo en primera persona del singular.
Al contrario de los predicadores, políticos, médicos o consultores estratégicos; el centro de todos mis escritos, recomendaciones profesionales, artículos o reflexiones, soy yo y nadie más que yo. Lo decidí cuando estrené este blog en la web de Medialuna, que se ha convertido en una especie de terapia, de catarata de sinceridad. En la sinceridad, por cierto, no creo. Resulta bastante inútil en el mundo de los negocios y muy inconveniente en las distancias cortas, donde los defectos se agigantan.
No. Desde que he madurado, no suelo decir todas las verdades ni expresar todo lo que siento. Así, callando, me aseguro de no tener que mentir con la excusa de parecer piadosa o amable. La mentira es, precisamente, el tropiezo en el que cae el exceso de franqueza. Desde que soy consciente, observo y elijo las palabras porque no me gusta la mentira. Prefiero la valentía.
En este blog, sin embargo, no sé por qué, me desahogo, confieso intimidades y derrocho palabras que me salen del alma sin medida. Cuento mis verdades más íntimas, procurando, tan solo, cuidar la intimidad de mis seres cercanos. A veces, tengo tentaciones de hablar en segunda persona; de contar dificultades superadas a fuerza de fe y de sinrazón: adolescencia, separaciones, maternidad, muerte, miedo al fracaso, ansiedad, madurez, sentimiento de abandono, soledad, soledad, más soledad. Y, sin embargo, sigo mi texto adornado en primera persona para evitar que la cascada de sinceridad se convierta en un valle de lamentos.
Soy mi propio lenguaje, lo que me digo y lo que omito.
Soy la única que puede escribir estas palabras preciosas aquí: fuerza, capacidad, talento, ideas visionarias, intuición, amor, confianza, amor, más amor. Soy mi lenguaje, mi propia narrativa. ¿qué me estoy contando? ¿qué me omito? Yo genero mis respuestas. Voy repensar mi comunicación, a cuidar las palabras que me lanzo, mis propios pensamientos.
En este blog, he llorado narrándome. Me siento vulnerable, especialmente esta noche de abril. Entiendo mi propia humanidad. Si yo me lloro, también te lloro a ti. Escribo con este único propósito: sentirme bien, conocerme, perdonarme, sonreír ¿A tu edad te haces la pregunta de quién eres? Sí. No me importa haber tardado. Es una respuesta variable, interminable, infinita, divina; depende de la estación del año. Sé que YO soy TÚ y que tú eres también mi espejo. ¿Cómo me estoy narrando a mi misma? De esta única respuesta depende todo ser completo.
Es un poco tarde. Mañana seguiré escribiendo. Empiezo a entenderlo. Tú, cliente, amigo, desconocido, hijo, bloguero, diputado, vecino, autor de Cien años de soledad, autora de Las Reglas del olvido, de Comunicación en cuatro pasos, de Mujer, poder y dinero, de Entre diversidad y fragmentación, de Hombres por la igualdad, eres, también, esta misma primera persona del singular. Estamos conectados.