Sigo escribiendo para que ni siquiera tú me leas. Es un impulso espontáneo. Sin medida de palabras ni de tiempo. Escribo en horas imprevistas, en esas en las que se me rompe el alma y necesito recomponerme. Así lo hice cuando mi padre caminaba hacia su muerte. Aquella noche de invierno, tenía un lápiz y una servilleta de papel en el bolso, y las frases me salían sin pensarlas, al son de su respiración definitiva. «Naciste el 8 de junio de 1936 en un barrio pobre». Fue, aquel escribir, un dictado desde el alma.
No sé cómo pude describirte con tanta precisión en esa carta, que sigue intacta en mi memoria como una lápida esculpida de palabras.
– “Nunca olvidaré tu último verano”.
Han pasado más de diecisiete años y podría leer las mismas líneas sin mirarlas. Escribir, digo yo, es mi propia terapia. Mientras lo hago, la jauría de ideas y de pensamientos en la que a veces me siento atrapada se me silencia. Mientras escribo, habla mi alma, el mundo calla.
Me consuela pensar que algún día seré solo palabras, que me convertiré en una sucesión de frases y de escritos que caerán en la noche cálida sobre alguna almohada en forma de caricia. Deseo cuidar enormemente mis palabras. Decir las justas. Callar las máximas. Dejar que otras entren en mi cama.
Estoy en una encrucijada. A veces, se me enganchan solo palabras dolorosas que me magullan de nuevo y peleo y peleo para alejarlas. No siempre lo consigo. A menudo, me lastiman las palabras, sobre todo las no pronunciadas; esas que esperas la vida entera; esas que deseas hasta la madrugada. Algunas palabras malas, se me han quedado engatilladas, encerradas en el desván oscuro de un dolor incomprendido.
Estoy dando un tiempo a mis palabras, creándome un espacio de silencio, un tiempo de callada. Me extraña esa manera mía tan nueva de ser. Antes, hasta hace poco tiempo, solo quería palabras y palabras; y hablaba y hablaba buscando alguna calma.
– ¿Antes de qué o de quién?
– Antes de aquella dedicatoria amada, de aquellas palabras falsas.
Ahora solo quiero mis palabras para que sean precisas, como la carta de despedida que me salió del alma. Quiero palabras recién creadas, nunca antes pronunciadas, quiero que se me enamore el alma.
Seguro que Pablo Neruda escribió Doce poemas de amor y una canción desesperada solo para su amada. Quiero asegurarme de que nadie me roba las palabras, tan mías, tan precisas, tan curativas. No hay mayor dolor que la palabra ausente, las repetidas o duplicadas, esas que no te salen del alma; sin destinatario cierto.
Las palabras dolorosas, las duplicadas, han de quedarse guardas, para no dañar ningún alma. Hoy, prefiero quedarme callada a jugar con las palabras. Hoy, me conozco y sé que prefiero un solo verso.
Ahora lo entiendo, me gusta mi propia terapia, la de las palabras de amor no duplicadas.