Es una pregunta incómoda ¿Me he dado permiso para mostrar mi valor, aquello que sé o puedo hacer? El crecimiento personal tiene que ver con esta cuestión profunda; más que con la fecha de nacimiento.
La madurez, nuestra confianza, esa libertad individual que aflora con el conocimiento de uno mismo, es directamente proporcional al grado de permiso que nos damos. Una persona libre es consciente de su propio valor y lo muestra sin temor a ser criticado.
Casi todos los tipos de independencia personal, incluso la económica o material, derivan de la confianza en nosotros mismos. Ganamos cuando creemos que podemos ganar. Solo a veces, muy pocas, uno logra el reto a pesar de sí mismo.
La libertad exige creer en nuestro propio ser. Una persona madura se conoce, a menudo se ama y casi siempre se ha dado permiso. Los hombres y mujeres libres se han hecho esta pregunta y han respondido SÍ. Por el contrario, aquel que no se cree capaz, que no conoce tampoco su valor, ata sus pies a la tierra para impedir cualquier atisbo de movimiento. Su libertad queda mermada, atrapada bajo el yugo de esas voces internas que le recuerdan el peligro de ser osado, lo poco que se merece alzar su voz.
Quiero no tener miedo a ser yo misma. Quiero alzar mi propia voz. Me he dado permiso. Escucho mi corazón. No temo. Mi voluntad es poderosa para ser quien soy. En realidad, escribo esto para recordarme a mi misma que me he dado permiso, que yo, como tú, puedo brillar con luz propia.