Aprendí a montar en bicicleta pronunciando tres palabras: YO SÍ PUEDO. Más de veinte veces las repetí, hasta que logré rodar sin miedo. Entonces tenía cuatro años, aquella frase de mi madre me parecía mágica, y en casa sucedían cosas misteriosas.
Mi madre solía decir que, usando adecuadamente el poder de estas palabras, todo resulta más sencillo; incluso montar en camello o conducir en el desierto de Arabia Saudí.