Es el de Medialuna, un lugar aparentemente tranquilo, lleno de ideas, de personas que piensan y trabajan concentradas. Cuando alguien entra en nuestra oficina por vez primera, lo primero que suele llamarle la atención es ese silencio denso y misterioso al que estamos habituados. Advertimos que nos llevamos muy bien, que no hay tensiones, que el silencio es producto del respeto al trabajo, que todos necesitamos cierta concentración, en un espacio tan abierto como el nuestro. Lo segundo que sorprende es la luz. Cada cual tiene su propia luz, dispuesta en su mesa para iluminar exactamente el espacio de cada persona. Todos tenemos un brillo propio. Lo mostramos sin miedo, como diría Marianne Willkiamson, porque sabemos que es nuestro mayor poder.