Participé con interés en el seminario Message to Money, celebrado en Los Ángeles a mediados de este mes. ¿Contenido? Cómo ser más productivo, creer más en uno mismo y lograr que la oferta prospere. “No hay otra vía que la del posicionamiento y el engrandecimiento propio”, concluyeron. Es decir, “si quieres que tu mensaje sea creíble, tú debes ser creíble”. Fueron algunas de las conclusiones de cuatro días de seminario en Estados Unidos. Lo sabía, pero no está de más escucharlo en boca ajena. En inglés suena muy bien, mejor, más creíble.
Confirmo mi teoría de que los norteamericanos tienen menos miedo al ridículo, expresan sin temor al qué dirán sus emociones y disfrutan de una autoestima mayor. ¡Los que aparecen en la foto que les muestro, iniciaron el seminario bailando! ¿Se imaginan en España a los participantes de un congreso de médicos bailando a las nueve de la mañana para darse la bienvenida unos a otros?
Probablemente, ese no miedo al ridículo ha motivado que su entramado empresarial sea mayor. Tal vez, por eso los norteamericanos han sido capaces de llevar marcas como Mcdonals, Burguer king o Coca cola al rincón más recóndito del mundo, hablando solo su propio idioma. Está claro que el empoderamiento vende y que los empoderados y empoderadas se atreven más a todo.
Ahí está el talón de Aquiles, la razón de casi todos los éxitos y, en el fondo, el gancho de esos seminarios americanos sobre cómo hacerse millonarios, aumentar la rentabilidad de tu negocio o creer más en ti mismo. Cierto que algunos o algunas se empoderan con escaso fundamento o cultura; mientras otros se sienten muy poca cosa habiendo inventado la penicilina. Conviene trabajar en este aspecto para saber distinguir a los valiosos de los truhanes, a los capaces de los impostores.
Habitan en todo el mundo los pequeños nicolases que aparentan tener lo que no tienen. Pero, sobre todo, predominan los que creen ser menos capaces de lo que son en realidad y dejan injustamente que esos pequeños impostores, sin preparación ni fundamento ocupen puestos que no les corresponden, solo porque se sienten más empoderados. ¡Qué peligro!
Espero que me hayan entendido. A mi me ha costado muchos años llegar a esta conclusión: los hay que saben y no se lo creen (deben empoderarse, los necesitamos urgentemente para creer en este país y para salir adelante) y los hay empoderados o empoderadas, muy imbuidos de sí mismos, que ni siquiera saben escribir tres líneas sin faltas de ortografía y se presentan como académicos de renombre con la misión de cambiar el mundo. Estén atentos. Empodérense aquellos que pueden ayudarnos a crecer, los que por su conocimiento, capacidad productiva y habilidad pueden servir mejor a los seres humanos y a sí mismos. De estos, nos faltan. De los otros, sobran.