Mi vocación por hacer las cosas de otra manera, el no querer seguir al pie de la letra los prospectos y mis ganas de crear, de ser libre, me impulsaron a poner en marcha mi propia empresa. Tenía 33 años, dos hijos (Pablo, de poco más de un año, Dani de apenas seis) y un matrimonio que hacía aguas. Cómo olvidar aquel tiempo de borrascas y soledades.
Medialuna fue constituida en medio de una enorme angustia personal. Probablemente, esa situación me ayudó a poner en un segundo plano la inseguridad económica que provocaba el inicio de todo proyecto empresarial. En el año 2000 no sentía miedo por el vacío de la cuenta bancaria, ni tampoco por la enorme responsabilidad que me otorgaba la custodia en solitario de mis dos hijos pequeños. Muy de vez en cuando, solo alguna extraña noche, me asaltaba la duda de si sería capaz de hacer frente a todo, incluido el salario imprescindible de Estela, la niñera, el alquiler, y el coste de los primeros empleados ¿Era entonces una inconsciente? Hoy miro hacia atrás y no sé si sería capaz de repetirlo con la misma osadía.
Medialuna empezó de cero en el año de los tres ceros. A pesar de comenzar sin un solo cliente, el día que abrí la oficina sentí que lo tenía todo. Sin un solo cliente al que emitir mi primera factura, me invadía una enorme ilusión. Mientras mi vida personal y mi cuenta bancaria se tambaleaban, Medialuna se alzaba poderosa.
Tuve la suerte de contar, en aquellos inicios de Medialuna, con personas extraordinarias que supieron ver en mi no solo a la profesional de las Relaciones Públicas, también a la persona. Fueron mis primeros empleados, Joseba, Ainhoa, María José. Crecimos y crecimos juntos. Nunca dudé de nuestra capacidad. Había tanta juventud como talento. Pero, sobre todo, había afecto, confianza. Definitivamente, creo que fueron estos los factores determinantes de aquel crecimiento exponencial.
A Medialuna llegaba sabiendo, con una trayectoria de diez años continuados trabajando en el sector del Periodismo, la consultoría y las Relaciones Públicas. Había desarrollado campañas existosas para las marcas y los directivos más prestigiosos del mundo. Lo había hecho como empleada en otras compañías multinacionales.
Había vendido, contratado, despedido y ejercido de directora de equipos y de clientes. Pero quería mejorar; hacer las cosas con un estilo determinado, inventar una marca propia, española, brillante, única. Quería libertad para crear, independencia. No me veía sujeta el resto de mis días a jefes americanos ni a dictados macroeconómicos.