Hoy presento en Santander, en la preciosa Librería Gil de Hernán Cortés, el libro de Miguel Ángel Aguirre, El genio de la botella, editado por LoQueNoExiste. Es la primera vez que organizo un acto en mi tierra. A pesar de ser santanderina de nacimiento y de familia, parece como si estuviera en tierra extraña, fuera de la pecera habitual de Madrid, enfrentada al reencuentro con la amiga del colegio, con la tía de toda la vida, con la hermana.
Volver a casa significa encontrarse con el yo más profundo; con esa necesidad de entenderse de una vez con uno mismo. La madurez tiene algunas ventajas si uno logra verse desde la distancia; si consigue retratarse en la clase de Física de aquella profesora que metía miedo; si llega a entender sus propios miedos. A veces, superar la infancia, cuesta la vida entera. La frase de alguien rezuma hoy en mi memoria: “la infancia es el patio en el que jugamos toda la vida”. Ya lo creo. Hoy, con el libro de Miguel Ángel Aguirre en la Librería Gil, siento que he crecido. Ya no necesito escapar, ni encontrar otra pecera en la que escabullirme. Puedo volver.
Tal vez hable de esto en la presentación, si me deja el autor. Tal vez diga lo que tengo que decir: gracias, por acompañarme después de tantos años; por seguir existiendo como parte de un yo apresurado que quería crecer a toda costa. El libro es una excusa. La mejor de las excusas para hablar de identidad y raíces. Les contaré quiénes acudieron a la presentación y lo que allí se dijo.