El ruido ha descendido. En la oficina, en la carretera, por la subida de la gasolina, incluso en los bares. O nos estamos quedando un poco sordos (todo mi respeto y felicitación a este extraordinario colectivo que aplaude maravillosamente sin hacer ruido y que mañana, 24 de septiembre, celebra su aniversario); o la crisis también está afectando a los decibelios. Es un síntoma a considerar. El del silencio en la empresa. Las nuevas tecnologías han contribuido al cambio de sonido laboral. El teléfono ha sido sustituido en un 90 por ciento por el email. Ahora, en vez de incordiar con la llamada a cualquier hora, mandamos un correo electrónico, que no molesta, que nos permite borrarlo de nuestra lista sin explicaciones o contestarlo a las tres de la madruga una noche de insomnio. Verán cómo una llamada se convertirá, en poco tiempo, en un hecho relevante en la oficina que despertará la curiosidad de todos. Porque las madres son las únicas que quieren escucharnos. Los clientes prefieren leernos, cuando ellos deciden. Si les da la gana. A su debido tiempo. ¡Quién nos hubiera dicho esto hace 20 años! El silencio significa siempre.