El primer presupuesto sin clientes en 2000
Elegida la sede, llega entonces una de las mayores angustias: la cuestión de los cables, la informática y los teléfonos. Tampoco nunca me han apasionado estos asuntos tan necesarios para el arranque, y aparecen en escena dos tíos ingenieros o informáticos explicándote qué ordenadores debes comprar, el asunto de la centralita y las ventajas de los sistemas operativos. Encima de cobrarte sin remisión y sin entender demasiado los conceptos, te miran con cara de querer llamarte gilipollas y empeñados en darte un curso rápido intensivo. Descubres entonces que los detalles pueden amargarte la vida desde el principio. Que parecer saber, sin sincerarse en exceso, funciona también para los agentes de Telefónica.
No pude correr más, porque todo era una cadena en la que avanzar implicaba ir poniendo poco a poco los eslabones: sin NIF no facturas, y para conseguir este número necesitas dos meses de paliza. Si encuentras la ventanilla única acuérdate de avisarme. Hasta que llegas al notario y logras firmar las escrituras (nunca he entendido cómo una firma puede ser tan cara, ¡menudo oficio más rentable, el del notario!).
Resueltos los complejos 60 días del principio, pude por fin ponerme manos a la obra con lo que sigo considerando la clave del éxito: el presupuesto inicial, asociado a un plan de negocio. El primero lo hice a seis meses, imaginando un programa de números para la supervivencia durante el año 2000.
En el capítulo de gastos mensuales: 600 euros de alquiler de la oficina, imaginen lo demás, incluido mi propio salario. El menor de todos los que tuve. En el capítulo de ingresos: Cero el primer mes, cero el segundo, 4000 el tercero, 5000 el cuarto….
Así fueron los arranques, con pocos ceros. Lo recuerdo, pero no lo conservo. Casi nunca guardolos papeles. Suelo tirarlo todo. La oficina estaba limpia como nunca, porque a veces me iba los sábados o le pagaba unas horas extras a la cuidadora de mis dos hijos que me acompañó en aquella etapa.
2010, hemos cumplido diez años
Ahora que mantenemos una contrata de limpieza y tenemos una oficina en pleno barrio de Salamanca de Madrid, me dan ganas de ir a limpiar, a pasar la fregona en condiciones: con fuerza y sin dejar polvo en las esquinas. La limpieza, en una empresa, también es síntoma de salud. Podríamos analizar una organización -pequeña o grande- por su estética. Cuando veas una mesa muy sucia, con el vaso del café abandonado, empieza a preocuparte.
Sigo con el presupuesto, aquel bendito plan me quitaba la intranquilidad que me produjo el darme de baja en el INEM para convertirme en autónoma; lo hice sin tener garantizada factura alguna con ningún cliente; en realidad -si miro ahora para atrás- no sé si me atrevería a hacer lo mismo. Nadie en casa podía cubrirme las espaldas; es más, en aquellos primeros meses mi matrimonio era un completo fracaso y mientras constituía una sociedad mercantil, disolvía una sociedad personal: me separaba y me hacía cargo de mis hijos en todos los sentidos.